Ya he manifestado muchas sensaciones relacionadas al barro. Acá en
Pilar, donde Argentina tiene el nivel de recaudación impositiva más alto, hay
mucho barro, demasiado. Soy de las privilegiadas que lo contemplan desde el
auto, pocas veces he lidiado mano a mano con él. Ayer, por ejemplo, cuando fui
al colegio San José. Aprendí, después de haber estado cuatro horas con
sandalias blancas y plantilla negra y mojada por el barro (no me animé a
indagar mucho su composición), a no bajar por la puerta del conductor: al
abrirla es inevitable caer en la zanja, a menos que largas piernas permitan
realizar una zancadaza (más que zancadilla). Con libros, bolsos y material para
los alumnos, es realmente una tarea ciclópea.
Muy fácil recurrir
al humor cuando uno tiene esta experiencia sólo los días que va a dar clase y
además llueve. Distinto es para quien diariamente convive con él, el barro y el
polvo. El clima decidirá la composición, si más tierra, agua o qué. Cuánta
injusticia, qué enorme deuda de la política. Casi que me siento como ellos,
sólo de paso. A mí, el día que me toca acercarme a ese tipo de barrios, ellos,
cuando inauguran obras o regalan su presencia para la foto periodística. ¿Y los
que viven allí? Ellos al terminar la jornada laboral regresan a sus casas,
ubicadas en barrios con “otra” infraestructura.
Educación, siempre la educación
Podría cerrar diciendo que por eso es imprescindible la educación,
como gran motor de promoción social. Tal es mi convicción, que me esmero
especialmente en hacer lo más útil posible mi presencia allí. Con todo, el
barro sigue aún.
En la Ruta 8, por ejemplo, no hay veredas. Muchísima gente la usa como
vía de transporte y espera ahí el colectivo. Me pregunto cómo hacen para
llegar, por calles y pasillos anegados.
Quizá parezca una nimiedad, pero caminarán con botas de lluvias
(se van haciendo cada vez más pesadas en la medida en que acumulan barro) y un
calzado alternativo en un bolso para no distribuir el barro en la oficina o
lugar de trabajo. Conjeturo, porque no sé cómo lo resuelven día a día. Yo hago
algo parecido cuando tengo que usar zapatos elegantes o tacos. Camino desde
casa hasta la parada con zapatillas y los llevo en una bolsa. En mi caso, por
falta de costumbre, pero no es ni comparable.
Recuerdo una película “Hombre mirando al sudeste”, en la que una
enfermera se cambia los zapatos. Al director, Eliseo Subiela, todos le
preguntaban el significado de esa escena, el por qué. Se sinceró y dijo que no
tenía una intención determinada, que leyó interpretaciones que lo maravillaron,
pero que jamás pensó demasiado en eso.
Volviendo al barro, no dejo de preguntarme cómo se hace para
convivir con ese elemento agresivo cuando no hay agua, penetra en los bronquios
y alérgicos e infancia han de padecerlo mucho. Con humedad, todo lo moja,
empapa y ensucia. “Del barro vienes y en barro te convertirás”, me animo a
parafrasear la frase bíblica que refiere al polvo. Quizá la humildad de corazón
tenga que ver con esto, estar en contacto con la esencia física del entorno,
para ubicarnos en la enorme escala. Saber quiénes somos, de dónde venimos y
hacia adónde vamos. Quien más o menos tenga en claro esto, es un gran sabio aquí
en la Tierra (¿planeta o base que pisamos?)-
Considero que analizar este concepto “tierra”, da para otra
entrada.