martes, 5 de enero de 2010

Manos y zapatos

Hoy esperaba en un semáforo que cambie la luz, el calor era realmente abrasador. En una ventanilla del colectivo que se detuvo a mi lado, observé que una mano la intentaba abrir. Era una extremidad curtida, cansada, ajada. La piel bien morocha, las arrugas de las articulaciones de los dedos bien marcadas, y más claras que el resto. Tanía unos anillos, que apretaban y calculo dificultarían la circulación. ¡Qué ganas tuve de conocer más de esa persona! La imaginé como representante de la clase trabajadora, esas manos resumían una vida de mucho esfuerzo, reflejaban un excesivo uso.
Después, observé una carnicería desde afuera y veía sin escuchar. Una mujerona del barrio parloteaba animadamente con el vendedor y una joven del otro lado del mostrador. Sólo aprecié las gesticulaciones, varias por cierto. Al salir, miré su calzado: unas sandalias blancas de charol donde el pie quedaba bastante embutido. Zapatos con varios kilómetros encima y me conmovió verla tan vestida, con esos piececitos apretados, sólo para comprar carne y "charlar". Cuando terminó entró en la casa de al lado, deduzco que debe vivir ahí.
La vida que llevo suele hacer que se aproveche el tiempo al máximo y casi no tengo espacio para estas charlas de barrio. Esa mujer hoy me enseñó mucho, cuánta sabiduría había en sus sandalias.

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